domingo, 7 de octubre de 2012

Cada vez que llueve


Cada vez que llueve me es imposible no pensar en vos. ¿Será porque nuestros encuentros siempre eran en días de lluvia? La verdad, no sé qué es, pero me acuerdo.
Recuerdo tu rostro, tus labios de niña inocente, tus suaves manos y el calor de tu cuerpo que se fundía con el mío, entre mis brazos.
Las horas se nos hacían cortas. Recorríamos la ciudad tranquilamente, y vos, insistías en tomar mi mano, yo a regañadientes accedía al pedido.
Esquivando charquitos en la vereda, me hacías jugar como un niño, me hacías feliz. Y lo mejor era el premio por ser un buen chico: un cálido y tierno beso que derretía mi gélido interior.
Esas tarde de lluvia, en que tu pelo se humedecía y empezabas a temblar del frío, y tus ojos que miraban los míos pidiendo abrigo.
Todavía recuerdo cuando decías que te encantaba dormir en mi pecho. Mientras, la lluvia caía sobre la ventana y mostraba un día gris.
Llueve y te recuerdo. Las charlas para convencerte de leer, las discusiones sobre arte y ciencia, los sueños de cada uno; las caricias y los besos, tus caricias y tus besos.
A confesión, no sólo extraño, sino que también deseo volver ese tiempo, volver a verte y sentirte.
A conciencia, sé que no va a volver, pero evoco con detalles ese tiempo, te recuerdo.